El amor puede ser una imagen borrosa a través un vidrio empañado. La experiencia del duelo –esa pérdida de sustitución imposible– no hace más que devolver la vitalidad a las huellas del cuerpo vivido. Se escribe desde la ausencia, con la falta que, en el discurso amoroso, adquiere la nostalgia de la excepción.
En este hermoso libro, María Magdalena recupera el spleen de la vida erótica, para teñirla con un velo que, antes que ocultar, muestra de la mejor manera las coordenadas de la voz femenina que, al narrar, se hace letra.
Luciano Lutereau