“Si abandono las perspectivas de la acción, mi perfecta desnudez se me revela”, escribió Georges Bataille, y Alejandra Pizarnik lo anotó en su Diario, a pocas horas de morir. ¿Acaso hubo un segundo testamento desconocido? Morir es una de las formas en que podría decirse: darse muerte. Darse a la muerte, mejor; ¿pero desde cuándo?, ¿por cuáles motivos? Los enigmas son los de la vida, cifrados en el cuerpo que porta sus lenguajes. Javier Galarza, Leonardo Leibson y María Magdalena revelan en estas conversaciones el valor del encuentro con la palabra de Alejandra Pizarnik y un sinfín de consecuencias (y lecturas) que se abren. Y es allí, desde Alejandra, que sus temas nos sitúan al borde del temblor. Destacar la dimensión política en Alejandra, su cuerpo de mujer –gracias a una necesaria lectura con perspectiva de género–, su relación con el lenguaje (y con el silencio), la censura en la que aún hoy se encuentra, así como demoler las construcciones imaginarias de una Alejandra pequeña indefensa loca, es el intento logrado de este libro. Una resistencia dentro del vacío, que los autores estuvieron dispuestos a hacerlo conversar; mientras, entre ellos, iban dejándose interpelar por una Alejandra que vienen estudiando, enseñando y profundizando, desde sus disciplinas, o, artísticamente.
Un libro tejido entre el psicoanálisis y la literatura, como una experiencia ética del decir. Es este el reflejo de un trabajo arduo. Del encuentro con una Alejandra Pizarnik distinta. Junto al aporte de tres visiones diferentes, que conviven y perseveran en su contraste. Tres visiones que, conjugadas, realizan aquella rebelión, la de mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos. Porque recuperan las consecuencias magníficas de la lectura que escribe.
Nicolás Cerruti