Muchos han sido los trabajos investigativos en los siglos XIX y XX que centraron su atención en discernir el paso a paso de cómo las condiciones del entorno podrían alterar el medio interno de los organismos vivos. Ensayos de experimentación vinculados al estudio de la variación fenotípica y genotípica asociada a los procesos de adaptación en mamíferos con recambio generacional elevado, confirmaron que las condiciones del entorno que modificaban o alteraban el fenotipo, se relacionaban con un específico estrato genético o epigenético. Pero no todos los investigadores aceptaban de primera mano esas evidencias. Presunciones o implicancias que reivindicaban la vieja idea de Lamarck de una herencia de los rasgos fenotípicos originados por condicionamientos del entorno, envalentonaron a aquellos que insistían en la influencia cultural en el desarrollo, basándose en una errónea interpretación de Lamarck. Esta línea de pensamiento agudizó los circunloquios relativos a una heredad que sustituía el aspecto genético o epigenético por la influencia social, enfatizando al desarrollo como el generador de los rasgos fenotípicos. Insisto en mencionarlo por cuanto es a partir de estas divergencias que se produjo la dicotomía entre psiquis y soma que originó adhesiones, pero también enconos. Por ejemplo, los largos años de colaboración de la psiquiatría con el psicoanálisis terminaron finalmente con la expulsión de la psicopatología freudiana del DSM-IV, y pocos años después, con la supresión de la incumbencia de los psicoanalistas franceses en la asistencia del espectro autista. Como respuesta, los lacanianos han defendido la noción de “estructuras clínicas” con énfasis en los aspectos culturales y sociales de las dolencias.