Lo que los otros inscriben en nosotros. Juan Eduardo Tesone, como se advertirá, explora las raíces del acto bautismal; interroga, en quien lleva el nombre, la intención de quienes lo otorgaron; interpela el pasado en el presente, lo tácito en lo explícito; la incidencia de los fines que alentaron seres de ayer en dilemas encarnados en seres de hoy. Apropiarse del nombre propio es, en consecuencia, tarea indelegable de cada uno y tarea primordial. Quien la emprenda no dejará de reemprenderla una y otra vez. Es pues reescritura infinita. En la elección del nombre del niño- primera inscripción simbólica del ser humano- aparece en filigrana, el deseo de los padres. Cuando nace, el niño no es una tábula rasa, no está virgen de toda inscripción. Un ante-texto lo precede, que es también inter-texto parental. El nombre deviene la traza escrita de la encrucijada del deseo de los padres. Sobre dicho pre-texto, el niño vendrá a inscribir su propio texto, a apropiarse por la singularidad de sus trazas su propio nombre Conviene entonces recorrer ese libro familiar, seguir sus movimientos, revelar sus caracteres, reconocer ese manuscrito de letras cursivas ligadas por lazos que atraviesan varias generaciones, para permitir al niño hacer suyo su nombre propio En el árbol genealógico familiar, el nombre es a la vez raíz y nuevo retoño, proviene de la tierra de los antepasados y reaparece en el verdor de las hojas de las nuevas generaciones. Revitalizar nuestro nombre propio es siempre una tarea inacabada.