Pensar en el espacio dejado por la "muerte de dios", entendido como ser, ente, razón, voluntad, bien. La muerte del dios de la metafísica, del dios expropiado por las religiones y las iglesias, ha dejado lugar a la búsqueda del dios-sin-dios, como doble genitivo, lo que se busca y lo que nos busca. La búsqueda de un dios-que-no-es-dios, o que está, si fuera posible hablar así, más allá de dios. Un dios que aún no tiene nombre, que no puede tener nombre porque excede todo concepto, toda imagen y toda palabra. Es este dios, sin embargo, el que se (y el "se" supera infinitamente toda subjetividad) busca, sin que haya nadie que busque y sin que haya nada buscado. Precisamente esta búsqueda absurda y sin fundamento (en-abismo) es lo que se llama dios-sin-dios. Una paradoja, pues se habla de lo que no se puede hablar, y eso de lo que no se puede hablar se convierte en el texto en lo más digno de hablar, precisamente por ser imposible. Lo imposible es, sin ser, lo que llamamos absoluto y lo absoluto se contradice desde que se lo nombra. No hay lengua que pueda decir eso, ni oreja, si lo dijera, que pueda escucharlo. Y si este libro dice algo, lo dice, verdaderamente, en lo que no dice, no porque quiera ocultarlo sino porque no puede decirlo. Es lo más simple y, al mismo tiempo, lo más extraño. Los que entren en él, como dice el gran poeta, "abandonen toda esperanza". No hay fundamento que dé sentido, ni en el ser, ni en dios, ni en la razón. El hay que se excede como siempre-más es lo que hay, la donación absoluta, más-allá de la estructura de toda donación, vale decir sin donante, sin donatario y sin don. Pero en ese lugar, que no es un lugar, porque no es, las palabras nos abandonan y recomienza, incesante, la búsqueda.