Es innegable que existe algún nexo entre lo que Lacan señaló ya en 1938 como “un declive social
de la imago paterna”, en el marco de lo que, muchos años más tarde, formularía como “discurso
del capitalista”, y ciertas formas de padecimiento que parecen poner en cuestión la instancia del
padre en la estructura –la función fálica, el fantasma, incluso el ideal en la medida en que porta la
marca paterna–. Ese nexo, es preciso formularlo del modo más riguroso posible, en términos
amplios y para cada situación específica. Los distintos escritos de este volumen son una
contribución a esa tarea.
Una preocupación de Lacan en sus últimos años fue la de pensar en qué nos soportamos los seres
hablantes, cuando no es en lo que se escribe del padre en la estructura. No es casual su interés en
las soluciones que muchos psicóticos ponen en obra, y que prescinden por completo del padre
–ellos, que desde siempre tuvieron que arreglárselas sin ese soporte. Esa vía se demuestra
fecunda en una época como ésta, en la que el declive del padre no ha hecho más que acentuarse.
Más que llevarnos a ninguna posición nostálgica –los fundamentalismos están ahí para
recordarnos a dónde conduce– nos inspira en la dirección de una clínica de la invención. La del
psicoanálisis ante todo, de la que este libro se propone ser parte.
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