Esta obra de Gérard Pommier y de Patrick Landman es absolutamente esencial. Como seminario, nos permite asistir a la producción teórica de un modo más vivo cuanto que se desarrolla en un diálogo y desde dos puntos de vista. Ambos psicoanalistas intercambian sus argumentos con matices y opacidades, desplegando el tiempo de comprender que invita a que el lector ponga algo de su parte.
El hilo de la represión (refoulement) es abordado en este libro desde los primeros momentos en los que se produce el nacimiento del sujeto, allí donde la represión originaria es el nombre de un trauma que no se puede inscribir, cuando la Austossung –esa parte de sí que el sujeto expulsa al exterior en el momento de su constitución- lo arroja al mismo tiempo en el desamparo, Hilflosigkeit. Así, es por la fineza de un debate clínico que los autores introducen la represión originaria, antes que por una disquisición sólo académica. Tomando distancia de la concepción que reduce la represión originaria a una mera concepción mítica, no dejan de señalar las dificultades que se presentan a la hora de dar cuenta de un origen siempre inasible. Es por la vía de la fijación y la contrainvestidura que la temporalidad regrediente encuentra su manifestación y no por una cosmovisión mística o telúrica. Es la psicosis paranoica y los movimientos del aparato fónico durante la alucinación que el sujeto escucha en el exterior, es por esta misma división entre lo que se habla y lo que el sujeto escucha que se indica el retorno de ese reprimido originario.
¿Hasta qué punto la segunda tópica freudiana alumbra, desde una nueva perspectiva, la noción de represión, en la medida en que la distinción entre Ello e Inconsciente reinscribe todo el asunto bajo una nueva lógica? Si hubiera una clínica que nos reclama más desde lo sintomático –haciendo suyo lo que proviene de lo que Freud llamó representación palabra- y otra clínica que presenta una mixtura más propia de la inhibición y de lo que desde los afectos reclama lo suyo, ¿dónde convendría situar la represión? ¿qué lugar darle a la supresión en la clínica de hoy?
No será sin atravesar ese desfiladero difícil que los autores nos conducen a seguir el derrotero de la represión: ¿el levantamiento de lo reprimido en análisis puede tomar la forma de una percepción? Las imágenes congeladas en la memoria, ¿pueden recobrar vida? Refiriéndose a la bipartición freudiana entre representación palabra y representación cosa, ¿cuál es, pregunta Gérard Pommier, el lugar que el significado tiene para un analista lacaniano de hoy? ¿Cómo incide, pregunta por su parte Patrick Landman, la dimensión sexual en la represión? ¿Hasta qué punto, ahonda, el “No hay relación sexual” es lo que permite introducir inmediatamente algo sexual allí donde a priori no había una evidencia?
Por ser la represión una noción paradojal, casi una aporía según afirma Landman, resulta particularmente importante que este concepto pueda ser desplegado con método. Hay, entonces, cierta proximidad entre el método de abordaje y el objeto de ese mismo abordaje. No se trata de una relación exterior al objeto, sino que el objeto impone, en cierto sentido, el modo de su abordaje. Una teorización límpida, que no deje lugar a retrocesos, a reinscripciones, a hallazgos, no puede dar cuenta del modo de avance propiamente analítico. Es difícil –y al mismo tiempo, ineludible- pensar un concepto en forma abstracta y al mismo tiempo inmerso en un campo específico. No es lo mismo hablar de la represión originaria cuando estamos teorizando un caso de autismo o de psicosis que cuando estamos reflexionando sobre otra estructura.
Freud nunca lo dudó: cuando la teoría no daba cuenta de alguna situación clínica, había que revisarla. No se trataba de forzar la clínica para aplicarle la teoría, como haría aquel que no ve en la praxis otra cosa que la que busca. Se trataba, en cambio, de una teoría que pudiera ser abandonada cuando se llegara a producir otra que diera mejor cuenta de la clínica. La teoría del trauma, la pulsión de muerte son algunos de los hitos que nos dicen de esta flexibilidad. Si las histéricas lo engañaban en un sitio, pues habría que buscar en qué otro lugar decían la verdad. Hay, en mi opinión, que reconocer este buen espíritu freudiano como un hilo oculto que tensa la trama de esta obra. Si la transmisión del psicoanálisis está.
No habrá una conclusión: habrá muchas como tantos lectores harán suya una u otra propuesta, o ambas. Porque se trata de dos autores que no se sienten particularmente obligados a diferir ni a converger: no se trata de una valorización de la diferencia por la diferencia en sí. Se trata, en cambio, de mostrar en acto hasta qué punto la teoría psicoanalítica puede ser interrogada en los porqué y en los cómo que dan cuenta de la clínica, en las nuevas apuestas, en las sutilezas de la cura y en los caminos abandonados por ser ruta muerta.
Alejandra Ruíz
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