Cuando la consulta tiene lugar, se puede leer que en la mayoría de los casos se han configurado en el seno de estas relaciones, "mitos familiares" que encapsulan pactos secretos, los cuales paradojalmente no dejan de desplegarse en el devenir cotidiano, se despliegan y actúan tanto más, en tanto está amordazado su decir: el silencio renegatorio, la especularidad y las pasiones desenfrenadas son algunas de sus manifestaciones clínicas. Es en este marco donde también afloran las peculiaridades del "encuentro amoroso". Para la mujer y para el hombre las relaciones al deseo, al goce y al amor son diferentes; partiendo de esta diferencia es de donde podemos afirmar que no hay encuentro biunívoco entre aquéllos que se dicen hombres y aquéllas que se dicen mujeres. Encuentro que más bien podíamos situar en el terreno del desencuentro. El problema es cuando el desencuentro es causa de la miseria neurótica como le gustaba decir al maestro Freud; pero el analista puede operar para trocar esa miseria en infortunio corriente. En tanto un analista no intervenga, lamentablemente, lo que estaba escrito obliga imperiosamente a la nueva pareja o familia a caer en lo que Freud llamaba la cara demoníaca de la repetición. Sus intervenciones apuntarán a hacer caer los goces mortíferos.